Que mis ojos lloren sin cesar de día y de noche,
porque la capital de mi pueblo está afligida por un gran desastre,
por una herida gravísima.
Si salgo al campo, encuentro gente muerta por la espada;
si entro en la ciudad, hallo gente que se muere de hambre.
Hasta los profetas y los sacerdotes
andan errantes por el país y no saben qué hacer.
¿Acaso has rechazado, Señor, a Judá?
¿O te has cansado ya de Sión?
¿Por qué nos has herido tan gravemente,
que ya no tenemos remedio?
Esperábamos tranquilidad y sólo hay perturbación;
esperábamos la curación y sólo encontramos miedo.
Reconocemos, Señor, nuestras maldades
y las culpas de nuestros padres;
hemos pecado contra ti.
Por ser tú quien eres, no nos rechaces;
no deshonres el trono de tu gloria.
Acuérdate, Señor, de tu alianza con nosotros
y no la quebrantes.
¿Acaso los ídolos de los paganos pueden hacer llover?
¿Acaso los cielos, por sí solos, pueden darnos la lluvia?
Tú solo, Señor y Dios nuestro, haces todas estas cosas,
por eso en ti tenemos puesta nuestra esperanza.