Queridos hermanos: No se extrañen de verse sometidos al fuego de la prueba, como si fuera algo nunca visto. Al contrario, alégrense de compartir ahora los padecimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, el júbilo de ustedes sea desbordante. Si los injurian por el nombre de Cristo, ténganse por dichosos, porque la fuerza y la gloria del Espíritu de Dios descansan sobre ustedes.
Pero que ninguno de ustedes tenga que sufrir por criminal, ladrón, malhechor o simplemente por entrometido. En cambio, si sufre por ser cristiano, que le dé gracias a Dios por llevar ese nombre.
Pues ha llegado el tiempo del juicio definitivo, que comienza por el mismo pueblo de Dios. Y si comienza por nosotros, ¿qué podrán esperar los que se niegan a creer en el Evangelio? Pues si el bueno se salva a duras penas, ¿qué suerte correrán el impío y el pecador? Así pues, los que según la voluntad de Dios tienen que sufrir, que pongan toda su confianza en la fidelidad del creador y sigan haciendo el bien.