“Que se levanten las naciones y acudan al valle de Josafat:
allí me sentaré a juzgar a las naciones vecinas.
Empuñen las hoces, porque ya la mies está madura;
vengan a pisar las uvas, porque ya está lleno el lagar,
ya las cubas están rebosantes de sus maldades.
Multitudes y multitudes se reúnen en el valle del juicio,
porque está cerca el día del Señor.
El sol y la luna se oscurecen,
las estrellas retiran su resplandor.
El Señor ruge desde Sión,
desde Jerusalén levanta su voz;
tiemblan los cielos y la tierra.
Pero el Señor protege a su pueblo,
auxilia a los hijos de Israel.
Entonces sabrán que yo soy el Señor, su Dios,
que habito en Sión, mi monte santo.
Jerusalén será santa
y ya no pasarán por ella los extranjeros.
Aquel día los montes destilarán vino
y de las colinas manará leche.
Los ríos de Judá irán llenos de agua
y brotará un manantial del templo del Señor,
que regará el valle de las Acacias.
Egipto se volverá un desierto
y Edom una árida estepa,
porque oprimieron a los hijos de Judá
y derramaron sangre inocente en su país.
En cambio, Judá estará habitada para siempre,
y Jerusalén, por todos los siglos.
Vengaré su sangre, no quedarán impunes los que la derramaron,
y yo, el Señor, habitaré en Sión’’.