En aquel tiempo, me habló el Señor y me dijo:
“Ve y grita a los oídos de Jerusalén:
‘Esto dice el Señor:
Aún recuerdo el cariño de tu juventud
y tu amor de novia para conmigo,
cuando me seguías por el desierto,
por una tierra sin cultivo.
Israel estaba consagrado al Señor
como primicia de su cosecha.
Quien se atrevía a comer de ella, cometía un delito
y la desgracia caía sobre él.
Yo los traje a ustedes a una tierra de jardines,
para que comieran de sus excelentes frutos.
Pero llegaron y profanaron mi tierra,
convirtieron mi heredad en algo abominable.
Los sacerdotes ya no hablan de Dios
y los doctores de la ley no me conocen,
los pastores han profetizado en nombre de Baal
y adoran a los ídolos.
Espántense, cielos, de ello,
horrorícense y pásmense,
–palabra del Señor–,
porque dos maldades ha cometido mi pueblo:
me abandonaron a mí, manantial de aguas vivas,
y se hicieron cisternas agrietadas,
que no retienen el agua’ ”.