“Cuando Israel era niño, yo lo amé,
y de Egipto llamé a mi hijo, dice el Señor.
Pero, mientras más lo llamaba,
más se alejaba de mí;
ofrecía sacrificios a los dioses falsos
y quemaba ofrendas a los ídolos.
Yo fui quien enseñó a andar a Efraín,
yo quien lo llevaba en brazos;
pero no comprendieron que yo cuidaba de ellos.
Yo los atraía hacia mí con los lazos del cariño,
con las cadenas del amor.
Yo fui para ellos como un padre,
que estrecha a su creatura
y se inclina hacia ella para darle de comer.
Mi corazón se conmueve dentro de mí
y se inflama toda mi compasión.
No cederé al ardor de mi cólera,
no volveré a destruir a Efraín,
pues yo soy Dios y no hombre,
yo soy el Santo que vive en ti
y no enemigo a la puerta’’.