Te doy gracias y te alabo, Señor,
y bendeciré tu nombre para siempre.
Desde mi adolescencia, antes de que pudiera pervertirme,
decidí buscar abiertamente la sabiduría.
En el templo se la pedí al Señor
y hasta el fin de mis días la seguiré buscando.
Dio su flor y maduró, como racimo de uvas,
y mi corazón puso en ella su alegría.
Mi pie avanzó por el camino recto,
pues desde mi juventud seguí sus huellas;
tan pronto como le presté oídos,
la recibí y obtuve una gran instrucción.
La sabiduría me ha hecho progresar,
por eso glorificaré al que me la concedió.
Decidí ponerla en práctica,
busqué ardorosamente el bien
y no quedé defraudado.
Luché por ella con toda mi alma,
cumpliendo cuidadosamente la ley.
Levanté mis brazos hacia el cielo
y deploré conocerla tan poco.
Concentré en ella mis anhelos
y con un corazón puro la poseí.
Desde el principio ella me conquistó,
por eso jamás la abandonaré.