Supliqué y se me concedió la prudencia;
invoqué y vino sobre mí el espíritu de sabiduría.
La preferí a los cetros y a los tronos,
y en comparación con ella tuve en nada la riqueza.
No se puede comparar con la piedra más preciosa,
porque todo el oro, junto a ella, es un poco de arena
y la plata es como lodo en su presencia.
La tuve en más que la salud y la belleza;
la preferí a la luz,
porque su resplandor nunca se apaga.
Que me conceda Dios saber expresarme
y pensar como conviene a este don,
pues Dios es el autor de la sabiduría,
él es quien les marca su camino a los sabios.
Porque nosotros, con todas nuestras palabras,
y toda clase de sabiduría, de habilidad y de talento
estamos en manos de Dios.